La fabada

Hace muy poco, hablábamos en este mismo blog de la fabada, la sidra y el queso de Cabrales: las tres joyas más reconocidas de la gastronomía asturiana. En las localidades más turísticas del Principado, casi todos los restaurantes, de mayor a menor a nivel, tienen a disposición del cliente un denominado menú asturiano en el que la fabada es siempre uno de sus principales atractivos. No hay típico y hasta tópico menú asturiano sin fabada; es impensable. Sería increíble y, si me apuran, hasta una estafa.

En algunos sitios en el menú figura ‘fabada asturiana’, lo que es una redundancia muy redundante, porque la fabada solo es asturiana. No hay fabada malagueña, ni fabada mallorquina. Hay, eso sí, alubias con jamón, o alubias con langosta si quieren, pero no es fabada. La fabada no es solo asturiana, la fabada es Asturias en esencia pura y dura. No hay nada más asturiano que la fabada.

La fabada no es solo asturiana, la fabada es Asturias en esencia pura y dura. No hay nada más asturiano que la fabada"

La fabada tiene mucho éxito, pero muchísimo, y buena prueba de ello es que los packs de materias primas básicas que se venden empaquetados para hacer fabada en todas los establecimientos de sourvenirs, es uno de los productos más demandados. A los turistas les encanta llevárselos a su casa para preparar una buena fabada. Sin olvidarnos, claro, que la fabada de lata, la ya cocinada y enlatada, es junto con los callos, la comida preparada más vendida y con mayor aceptación.

Cuando llegué a vivir a Asturias, lo primero que me dijeron sobre la fabada es que tenía que comerse los días de orbayo o lluvia. No entendía por qué, hasta que la probé y me di cuenta de su magnetismo que te deja traspuesto tras su ingesta. O sea, que no es recomendable comer fabada si después vas a hacer deporte. O tampoco si vas a conducir, tienes una reunión importante o una entrevista de trabajo. Su poderío pesa. Y pesa mucho.

La fabada es fabada, aunque su componente elemental y hasta nominal, la faba – la alubia blanca, la judía o como quieran llamarla – se deje maridar perfectamente con otros productos que no procedan del cerdo (o sea morcilla, chorizo, tocino, panceta, etc.). Y antes de que se me olvide, la fabada es justo todo lo contrario a la comida rápida, porque ni es rápida su elaboración, ni su consumición, por no decir también su digestión.

Lo que sigue sorprendiéndome de la fabada, todo un símbolo de la asturianía más asturianista, es lo poco y mal que está estudiada e investigada su procedencia, sus orígenes aborígenes. El saber dónde y de dónde nace la fabada es un misterio; y esa verdad, que la habrá seguro, sigue un poco escondida entre la niebla de la historia y hay tantas teorías como teóricos del tema. Así que si alguien se atreve a adentrarse en ese territorio le deseo mucha suerte, aunque como todo está en mantillas y no hay pruebas evidentes de nada, también es más fácil, porque salvo que digas una salvajada, tu teoría, tesis o hipótesis será tenida en cuenta. Pero no se olviden: no hay fabada asturiana, porque es una redundancia. La fabada es Asturias.