
El Mundo del Juego
El mundo del juego es difícil, complicado, enrevesado, poliédrico, lleno de aristas y peligroso. Jamás he sido jugador. Es de los pocos vicios que no tengo. He estado tres veces en casinos; el de La Manga en Murcia, el de San Sebastián y el de Torrelodones en Madrid. Y soy tan aburrido, tan soso, tan poco jugador, que de los tres salí sin jugar nada, ni a nada. Ya sé que es un pecado y puede que hasta un delito, pero jolín no me llama nada la atención el juego. De bingos ni hablo y de partidas de póker o lo que sea, menos aún. Tan poco jugador soy que muchos años hasta se me olvidaba comprar la Lotería de Navidad de la empresa en la que trabajaba y siempre y a última hora tenía que pedirle el favor a algún compañero, para que me vendiera una participación del número que jugaban todos, más que nada por miedo a que si tocaba el gordo los compañeros de otros medios a quien iban a entrevistar era al imbécil que no había jugado ni una pela por puro olvido, o sea a mí.
He jugado poquísimo pero si tuve una relación muy estrecha con dos compañeros jugadores; ludópatas de manual. Ambos ya han fallecido y no diré sus nombres. Uno de ellos me descubrió el por qué yo era tan poco aficionado al juego. Un día me dijo: ”Serna, los jugadores siempre apostamos porque estamos convencidos de que vamos a ganar. Sin embargo los no jugadores como tú, jamás apostáis porque estáis convencidos de que vais a perder”. Es una buena explicación y es posible que ese sea el motivo y la razón de los unos y los otros
El jugador siempre piensa que va a ganar y siempre pierde; y el no jugador se ahorra la ruina"
El otro compañero jugador siempre se justificaba con un razonamiento que como poco es maravilloso y hasta poético. Me decía siempre: “Sernilla, recuerda que hay tres formas de arruinarse. La más rápida y segura es dejando tu dinero en manos de expertos financieros. La más divertida gastándolo con las mujeres y la más emocionante de todas, en el juego”. Con los dos tuve la oportunidad de asistir varias veces de ‘miranda mudo’, o sea: ‘oír, ver y callar’, a unas partidas clandestinas de póker (por aquel entonces el juego estaba prohibido en España) que se organizaban en el Automóvil Club cuando tenía su sede en el primer piso del hotel La Jirafa de Oviedo. Aquellas partidas me confirmaron que aquel colega ludópata tenía razón. El jugador siempre piensa que va a ganar y siempre pierde; y el no jugador se ahorra la ruina.
Para acabar. Lo cuento o reviento. Primero yo soy bisnieto de un ludópata idiota que perdió toda su fortuna jugando al julepe en la localidad palentina de Piña de Campos y destrozó la familia Villegas Narganes.
Y segundo. A poco de abrir en Asturias ‘Proyecto hombre’ entrevisté a uno de sus terapeutas, que entre otras muchas cosas me contó que la adicción, la drogadicción más peligrosa era precisamente la ludopatía porque no llevaba aparejada signos visibles que la delataran. Todas las demás drogadicciones dejaban rastros visibles y deterioros físicos evidentes. El alcoholismo, el tabaquismo, la heroína, cocaína… dejan huella. El paciente termina notándolo y su entorno también. Ese deterioro físico te alarma, te hace darte cuenta que vas por mal camino. Pero en la ludopatía no tienes ningún malestar, ni dolor, ni otro deterioro físico manifiesto que te altere y tan solo te enteras y se enteran cuando ya es muy tarde y estás muy jodido, pero mucho.