Brainstorming? Bullshit!
Simplificando mucho, hay dos tipos de personas, las que tienen ingenio y las que no lo tienen. Ojo, una persona sin ingenio no es una persona sin imaginación, sin inventiva. Solo le falta lo que, según la Academia de la Lengua, caracteriza a quienes sí lo son: prontitud y facilidad.
Sentar a un grupo de individuos en torno a una mesa invocando la mejor solución a un reto creativo como quien invoca a un pariente muerto parece en principio una buena estrategia: por pura aritmética, seis mentes piensan más que una sola.
Si la sesión está bien planteada; si todo el mundo se ha leído el briefing con atención (cosa que puede llegar a ocurrir); si se acota el tiempo y alguien se molesta dirigir y encauzar la reunión; si hay quien se encarga de separar las ideas de las ocurrencias … el proceso puede ser productivo y hasta divertido.
En un brainstorming, las personas ingeniosas juegan con ventaja. Sin bajarse del autobús, ya habrán puesto sobre la mesa kilo y cuarto de propuestas creativas, aunque es más dudoso cuántas de ellas estén para entrar a vivir.
Quizá se deba a malas experiencias, pero uno se enfrenta al brainstorming con la aprensión del que va al proctólogo. No dudo de que pueda ayudar a construir una respuesta creativa coherente, pero también enredar el proceso hasta que no quede otra salida que contratar a Saúl Craviotto para salvar el briefing.
Como decía un jefe que tuve, los creativos somos ovíparos: por huevos, las ideas acaban saliendo. Uno de los problemas de la creatividad es, precisamente, la falta de tiempo para incubar, analizar, reflexionar… procesos que requieren cierta concentración, sobre todo si el creativo, y es lo más habitual, tiende al estreñimiento.
Llamadme gallina, pero, si puedo elegir, prefiero empollar y, llegado el momento, presentar mi criatura (o sea, mi idea) al escrutinio de otras mentes pensantes, y ya veremos qué resulta al final. Lo otro es aquello que dijo Quini cuando, ante una jugada dudosa, le preguntaron los de la tele “¿qué hubo ahí?”, y El Brujo contestó: “Barullu”.